Nunca sabemos cuál va a ser la última.
Me estoy despidiendo de una ciudad que lo ha sido TODO y siento un vacío interior.
Algunas despedidas son dramáticas, con abrazos largos y frases para la posteridad. Otras, son invisibles: un “nos vemos” que nunca se cumple, una puerta que se cierra sin hacer ruido. Una mirada, un recuerdo.
Te vas de una ciudad pensando que volverás. Que seguirás yendo a ese bar de siempre, que tu sitio en la mesa quedará reservado, que las calles te recibirán igual. Luego pasan los años y, cuando regresas, te das cuenta de que el bar cerró, tus amigos ya no están y la ciudad tampoco es la misma.
O peor, tú ya no eres el mismo.
Te despides de un trabajo con alivio o con pena. Crees que es solo otro cambio más. Pero un día, años después, ves un email con el logo de esa empresa y te das cuenta de que hasta los trabajos dejan nostalgia. No por las reuniones ni los informes, sino por la gente. Las bromas de oficina, los cafés apresurados, las pequeñas rutinas que nunca pensaste que extrañarías.
Te despides de una persona y no lo sabes. A veces con un beso distraído, un “luego te escribo”, un "quédate un rato más" que no insistes. Y nunca más. Nunca más esa risa, nunca más esas conversaciones. Un día miras su perfil y ves que sigue con su vida, pero sin ti.
Te despides de un amigo sin darte cuenta. Porque la vida pasa, porque uno se muda, porque otro se casa, porque los mensajes se espaciaron y un día ya no hubo nada que decir. Hasta que un recuerdo te golpea y te preguntas cómo pasó.
Cuándo fue la última vez.
El problema de las despedidas es que nunca parecen definitivas hasta que lo son.
Por eso hay que abrazar más fuerte. Decir más veces “quédate otro rato”. Enviar ese mensaje que llevas días posponiendo. Porque nunca sabes cuál es la última vez.
Quizá esta.
Se me queda muy corto el corazón, para expresar que me gusta. Me gusta mucho!!!