Su currículum es más largo que un domingo sin wifi.
Ha trabajado en cinco multinacionales, dos startups y un ministerio.
Tiene máster, posgrado, tres idiomas y el alma rota.
Cada vez que aplica a una oferta, le piden una cosa nueva:
– Que si Excel nivel ninja.
– Que si experiencia en TikTok.
– Que si haya hecho parapente con resultados demostrables.
Pero lo peor no es eso.
Lo peor es que cuando al fin consigue una entrevista, la cara de quien la entrevista tiene 29 años y la mirada de quien está pensando:
“¿Y esta señora qué hace aquí?”
Pero Marta no es ninguna señora.
Marta es una bestia de las operaciones.
Una que ha aguantado 18 crisis, 4 jefes incompetentes y 3 fusiones de empresa que parecían una novela de Stephen King.
Hasta que un día se hartó.
Se dejó de llorar delante de InfoJobs.
Cogió una libreta, una cerveza y apuntó tres cosas:
¿Qué sé hacer muy bien?
¿A quién le podría servir eso hoy?
¿Cómo empiezo mañana con cero euros?
Y entonces lo vio claro.
En lugar de seguir pidiendo permiso para trabajar…
empezó a ofrecer valor.
Abrió un perfil en LinkedIn que no parecía un obituario.
Contó su historia sin vergüenza ni CV en PDF.
Compartió consejos reales de su experiencia, sin disfrazarse de gurú.
Y —sorpresa— le empezaron a llegar mensajes.
Uno, luego otro.
Un directivo que necesitaba orden.
Una pyme perdida entre excels y fuegos.
Una startup que creía que “procesos” era una palabrota.
Marta no montó una empresa.
Montó una agenda con sentido.
Hoy no tiene jefe.
Tiene clientes.
Y ha aprendido tres cosas que tú también deberías apuntar:
No necesitas reinventarte, necesitas reenfocarte.
Tu experiencia vale, pero solo si sabes contarla bien.
No esperes a que te validen. Valídate tú.
Si tú también tienes un currículum de los cojones y nadie lo quiere leer…
Quizá no estás acabado.
Estás mal encuadrado.
Revisa tu marco.
Y vuelve a escena.